jueves, 21 de noviembre de 2013

MARIA, La niña y la Escritura

      Yo soy Panchito, el títere de Jetrón. Mi papito me ha contado muchas historias de "cómo pudo ser"... y yo se las trato de repetir. Yo soy un muñeco de paño y aserrín pero mi amigo Jesusito me dió vida... pero eso es otra historia que pueden ver el el blogger... Ahora veremos otra historia de Marita cuando ya era una jovencita...

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       La casa en que vivía María con sus padres provenía de una herencia recibida por Joaquín el papito de Marita. El sitio donde se levantaba era amplio, pero demasiado pequeño para sembrar granos y, demasiado grande para no aprovecharlo en la siembra de surcos de legumbres y verduras para consumirlos en casa. En el patio trasero, al fondo, se erguía una añosa y frondosa higuera de frutos dulces y melosos. Bajo su sombra, Joaquín aprovechando troncos del lugar, había construido rústicos pero cómodas bancas. Aquél era el lugar preferido de María. Era su pequeño santuario donde se refugiaba cuando deseaba estar sola y poder pensar, soñar, recordar y orar.
María había llegado allí luego de terminar las tareas de la casa. Se sentó y de un pequeño bulto de lino blanco, como si se tratara de un tesoro, emocionada extrajo su contenido.        
                    
        Un año antes María había acompañado a su padre a la sinagoga donde debía  trabajar en ventanas y puertas de la antigua construcción. María lo esperó en la sala de la asamblea donde se guardaban los rollos de las Escrituras... No era un lugar al que podían a entrar las mujeres; pero María era solo una niña todavía.

En un momento determinado más que un impulso, una fuerza, hizo que la niña se dirigiera muy lentamente hacia los estantes. Su mirada se centró en uno de esos antiguos manuscritos. Se quedó mirándolo de fijo, como si el tiempo no pasara.

                                - Niña ¿qué estás haciendo aquí? -
   María se sobresaltó ante  esa voz autoritaria. Al girar sobre si misma, se encontró frente a un anciano alto y delgado. Su rostro moreno se veía enmarcado de una abundante y blanca barba rizada. Sus ojos del color del cielo claro ejercían una mágica atracción. María quiso disculparse:

 - Perdón, Rabíno, es que algo me atrajo... Yo no quise...

   El anciano no la dejó terminar:
 - Pero, ¿quién eres? ¿porqué estás aquí?

 - Soy  hija de Joaquín y Ana. Mi padre está haciendo unos trabajos-  contesto ella.

 El rostro del fariseo se iluminó con una sonrisa.
 - Ah... Tú eres María... A ver ¿eres tan especial como me han dicho?

 Tomó delicadamente las mejillas de la niña y fijó en sus ojos su mirada. María se sintió invadida más allá de sus retinas, en su cerebro... su alma.
El rostro del anciano fue evolucionando en su expresión, de ternura a asombro, de asombro a admiración. Casi temblando, como disculpándose, alejó sus manos del rostro de la niña:

 - María. María realmente  tú eres una niña muy especial... muy especial

Desde ese día y por solicitud del maestro fariseo, María recorría la distancia entre su casa y la sinagoga. Su anciano amigo, Simón el Rabí, le enseñaba a descifrar la escritura hebrea. Una tarea muy difícil e incluso, para muchos, insuperable, sin embargo para María fue sencillo el aprender.

 Sentada bajo la higuera, María fue extendiendo con mucho cuidado una hoja suave hecha con el cuero curtido de un cabrito. Observó los trazos nítidos y ordenados de la escritura manuscrita. Era el mismo rollo que la había atraído allá en el estante de la sinagoga. Su amigo se lo  había facilitado... Era un rollo del profeta Isaías... recorrió sus líneas y finalmente se detuvo en un pequeño trozo... 

 "Escuchen ustedes, los de la casa real de David. ¿les parece poco molestar a los hombres que quieren también molestar a Dios? Pues el Señor mismo les va a dar una señal: Hela aquí: la virgen está encinta y va a dar a luz un hijo, al que llamará Emmanuel"


 La niña apoyo el rollo en su pecho, reclinado su cabeza sobre el tronco de la higuera, permaneció pensativa con su mirada fija más allá del firmamento.

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