Yo soy Panchito, el títere de Jetrón. Mi papito me ha contado muchas historias de "cómo pudo ser"... y yo se las trato de repetir. Yo soy un muñeco de paño y aserrín pero mi amigo Jesusito me dió vida... pero eso es otra historia que pueden ver el el blogger... Ahora veremos otra historia de Marita cuando ya era una jovencita...
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La casa en que vivía María con sus padres
provenía de una herencia recibida por Joaquín el papito de Marita. El sitio donde se levantaba era
amplio, pero demasiado pequeño para sembrar granos y, demasiado grande para no
aprovecharlo en la siembra de surcos de legumbres y verduras para consumirlos en
casa. En el patio trasero, al fondo, se erguía una añosa y frondosa higuera de
frutos dulces y melosos. Bajo su sombra, Joaquín aprovechando troncos del
lugar, había construido rústicos pero cómodas bancas. Aquél era el lugar
preferido de María. Era su pequeño santuario donde se refugiaba cuando deseaba
estar sola y poder pensar, soñar, recordar y orar.
María había llegado allí luego de terminar las
tareas de la casa. Se sentó y de un pequeño bulto de lino blanco, como si se
tratara de un tesoro, emocionada extrajo su
contenido.
Un año antes María había acompañado a su padre a
la sinagoga donde debía trabajar en ventanas y puertas de la antigua
construcción. María lo esperó en la sala de la asamblea donde se guardaban los
rollos de las Escrituras... No era un lugar al que podían a entrar las mujeres;
pero María era solo una niña todavía.
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- Niña ¿qué estás haciendo aquí? -
María
se sobresaltó ante esa voz autoritaria. Al girar sobre si misma,
se encontró frente a un anciano alto y delgado. Su rostro moreno se veía
enmarcado de una abundante y blanca barba rizada. Sus ojos del color del cielo
claro ejercían una mágica atracción. María quiso disculparse:
- Perdón, Rabíno, es que algo me atrajo...
Yo no quise...
El anciano no la dejó
terminar:
- Pero, ¿quién eres? ¿porqué estás aquí?
- Soy hija de Joaquín y Ana. Mi padre
está haciendo unos trabajos- contesto
ella.
El rostro del fariseo se iluminó con una
sonrisa.
- Ah... Tú eres María... A ver ¿eres tan
especial como me han dicho?
Tomó delicadamente las
mejillas de la niña y fijó en sus ojos su mirada. María se sintió invadida más
allá de sus retinas, en su cerebro... su alma.
El rostro del anciano fue evolucionando en su
expresión, de ternura a asombro, de asombro a admiración. Casi temblando, como
disculpándose, alejó sus manos del rostro de la niña:
- María. María realmente tú eres
una niña muy especial... muy especial
Desde ese día y por solicitud del maestro fariseo,
María recorría la distancia entre su casa y la sinagoga. Su anciano amigo,
Simón el Rabí, le enseñaba a descifrar la escritura hebrea. Una tarea muy
difícil e incluso, para muchos, insuperable, sin embargo para María fue
sencillo el aprender.
Sentada bajo la higuera, María fue
extendiendo con mucho cuidado una hoja suave hecha con el cuero curtido de un
cabrito. Observó los trazos nítidos y ordenados de la escritura manuscrita. Era
el mismo rollo que la había atraído allá en el estante de la sinagoga. Su amigo
se lo había facilitado... Era un rollo del profeta Isaías... recorrió sus
líneas y finalmente se detuvo en un pequeño trozo...
"Escuchen ustedes, los de la casa
real de David. ¿les parece poco molestar a los hombres que quieren también
molestar a Dios? Pues el Señor mismo les va a dar una señal: Hela aquí: la
virgen está encinta y va a dar a luz un hijo, al que llamará Emmanuel"
La niña apoyo el rollo en
su pecho, reclinado su cabeza sobre el tronco de la higuera, permaneció pensativa
con su mirada fija más allá del firmamento.
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