domingo, 24 de noviembre de 2013

María responde a mujeres envidiosas...

 Habían ya pasado varios meses desde que José, el carpintero, habló con Joaquín para pedir a su hija como esposa y en esa ocasión, luego de hablar con María y aceptar en acuerdo tácito la relación que existiría entre ellos,  surgió el vínculo legal que los uniría a ambos. María desde ese día quedaba ligada a José, ya que los esponsales tenían en la ley mosaica (Ley de Moisés) la misma fuerza que el matrimonio, el cual para configurarse plenamente como tal, sólo exigía la conducción y traslado de María a la casa del José. Y, esta circunstancia, podría aún tardar meses e, incluso, años. 

            La vida de María sufrió un cambio repentino. Pese a que el compromiso se efectuó en el ambiente familiar, en horas todo el pueblo comentaba de maneras diferentes la noticia:
             - ¿Cómo pudo aceptar el padre de María a José..? A simple vista se vé es harto mayor que ella… ¿o no?a  - Comentaba Marianne, la vecina obesa e envidiosa, la cual a pesar de una buena dote que cargaba ya por varios años, ningún padre la había pretendido para esposa de sus hijos.
- Además, por muy buenita que pueda ser… que sabe ella de hacer feliz a un hombre… si lo único que sabe hacer es orar y sonreír? - Argumentaba otra temida por su lengua viperina...

             En cambio las más, las que realmente conocían a María o a José, o a sus familias, acogieron con alegría este compromiso:
             - ¿María, la pequeña María hija de Joaquín y Ana? Van a ser muy  felices... Ella está hecha solo de ternura y bondad y él: de honradez y trabajo ¡Que Yahvéh los colme de bendiciones!

             En la mañana siguiente cuando María llegó a la fuente del pueblo, para buscar el agua de beber. Se extrañó de ver allí a varias vecinas, algunas de su misma edad, en cambio otras bastante mayores.

Mientras, llenaba su cántaro una de ellas le preguntó melosamente:
             - María, ¿es verdad que te has comprometido para casarte con José?
             Es verdad- Respondió María, a lo cual la otra insistió:
             - Pero, ¿Has podido conocerlo? ¿Sabes que no es un hombre rico? ¿Creo que tú te mereces algo mejor? Además, ya es mayor y se lo pasa trabajando…
            Estas palabras hechas de hiel, traslucientes de envidia, motivaron murmullos y sonrisas entre quienes se habían agrupado alrededor de ellas.
            María terminaba ya de llenar su jarro. Con la serenidad de quien comprende el origen de los malos sentimientos y la tranquilidad de quien entiende el alma herida del que daña, mira a su alrededor y responde:

             - Yo no he buscado a un hombre para que sea mi esposo... No tengo duda alguna que ha sido Dios quien se ha fijado en su humilde sierva y me ha enviado a  José. Él no es pobre... No se engañen, seguramente no tiene riquezas materiales, pero posee muchos talentos como la honradez, la gentileza, el respeto y el amor que toda mujer debería llegar a tener algún día. Ante estos dones que posee nada más me importa... Y ante la corta vida que podría tener José a mi lado, deseo que recuerden que en el libro de la Sabiduría de Sira, el Dios Todopoderoso, nos habla y nos enseña:
             "El bueno, aunque muera antes de tiempo, tendrá descanso, pues la vejez que merece respeto no es la que dura mucho tiempo, ni se mide por el número de años. La prudencia vale tanto como las canas y una vida intachable es como una edad avanzada.
            "Los buenos viven eternamente, su recompensa está en las manos del Señor; el Altísimo cuida de ellos. Por lo tanto, recibirán de sus manos un reino glorioso y una hermosa corona. (Sabiduría 4, 7 - 9, 5, 15 - 16ª).
             Todas las mujeres que se habían reunido quedaron en silencio. Ninguna de ellas pudo replicar las palabras que María había compartido...

            Entonces, tomó el pesado cántaro lleno de agua y sonriendo, sin denotar el menor esfuerzo. lo colocó en su cabeza y se retiró del lugar caminando lentamente hacia su casa.
          

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