domingo, 27 de febrero de 2011

VIBRA LA TIERRA...

VIBRA LA TIERRA…Un temblor. REMECE LA TIERRA… Un sismo. DESENCAJA LA TIERRA… Un terremoto. TERREMOTO Y TSUNAMI… Una catástrofe.
Los chilenos lo hemos vivido todo. Lo hemos sentido todo, lo hemos sufrido todo. Lo hemos sufrido en carne propia y también en la de nuestros hermanos. Hemos visto como la vida plena en esperanza se transforma en desolación. Nos ha embargado la impotencia del no poder hacer más por quienes han sufrido y están sufriendo. Quienes comprendemos la fe y nos entregamos a ella, encontramos en el misterio cierta conformidad, aún sin poder respondernos el ‘porqué’ o el ‘para qué’ de los hechos…
Lo anterior me hace recordar una metáfora que se le atribuye a San Agustín, en la que el Santo meditaba, a la orilla del mar, lograr entender del todo el misterio de Dios. En un momento de distracción, vio como un niño corría repetidamente hacia el agua y llenaba un cantarito que portaba. Luego volvía sobre sus pasos y echaba el agua en un hoyito que había hecho en la arena. Luego de un tiempo, y compadecido de la perseverencia del niñito, se acercó al él y le preguntó:
- ¿Qué estás haciendo, pequeño? - Estoy echando el mar en mi hoyito, señor- Respondió el niño con mucha seriedad. - Acaso, ¿no te das cuenta, hijito, que el mar no cabe en ese hoyo tan pequeño? El niño, entonces lo miró a los ojos y respondió con otra pregunta: - ¿Y como usted trata de comprender la inmensidad de Dios y su querer, en su cabeza?
Cuando el Santo reaccionó, el niño ya no estaba allí. La noche de 27 de Febrero del pasado año, nos encontrábamos en mi hogar un departamento en un primer piso junto a mi esposa, mi hija y una sobrina. El ruido, la primera vibración, el estremecimiento de los muros, del piso, luego el incontrolable, e interminable sacudir del mundo circundante; la obscuridad. El avanzar a tientas chocando con las paredes que parecían balancearse con ritmo estrepitoso, cosas que caían, gritos de terror del exterior, seguramente la amnesia nerviosa no me hace recordar los nuestros. Finalmente luego de minutos que parecían horas, logramos salir del edificio donde la noche ya no parecía tan negra. La vibración, el ruido y el remecer seguían, pero estábamos juntos y nos abrazamos todos e iniciamos la oración que serenó nuestros miedos y terrores. La calma fue llegando intermitentemente… hasta hoy. Hoy seguimos orando. Muchas veces la distancia impide que unamos nuestros brazos; pero sabemos que nuestras palabras elevadas al Creador, nos unen, no sólo como familia sanguínea, sino como familia universal. Oramos por nosotros y también por ustedes. Por quienes nos rodean y por quienes están lejanos. Por quienes respiran y viven y por quienes se han integrado a la Luz maravillosa de Dios… DIOS LOS BENDIGA Y NOS BENDIGA… JETRONC y familia

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