La odisea de los mineros, esos valientes hombres chilenos, me hizo reflexionar sobre capacidades latentes en nuestra vida. Hay lapsos en que creemos estar perdidos, que hemos tocado el fondo que limita nuestras vidas, donde nos sentimos al límite de nuestra sobrevivencia, en que la existencia natural ha quedado tan lejana que es certeza que ya nadie podrá llegar hasta nosotros y que todo, todo se ha perdido; que la noche cierra nuestros ojos y nos rodea la tiniebla incomprensible que nos hace comenzar a comprender la nada... Esos hombres me hicieron ver que aún cuando la lógica nos impulsa a abandonarlo todo, en nuestra mente, siempre se encuentra latente la esperanza.
Setecientos metros de tierra y roca, de roca y granito, fueron vencidos por el hombre unido y renació la vida.. Uno a uno, uno a uno...
Cuántas veces nos hemos sentido agobiados por el desamor cuando tanto hemos amado. Por el egoísmo cuando todo lo hemos entregado. Por el dolor cuando tratamos de crear sonrisas y alegría y hemos recibido desprecio y dolor...
Nuestro Señor, no necesita de máquinas ruidosas para llegar hasta nosotros... Y siempre llega. Comenzamos a ver el punto luminoso en la distancia, un punto que se transformará en nueva luz y también en nueva vida. Pero como esos seres en el fondo de la mina trabajaron para facilitar su rescate; también nosotros debemos deshacernos de las anclas que nos mantienen sumergidos, que nos entregan oscuridad, tristeza. Que ciegan nuestros ojos, nuestra mente y nuestro corazón. Somos arquitectos de nuestro propio destino y también debemos ser mineros de nuestra propia salvación.
JETRONC
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