domingo, 10 de septiembre de 2017

TANTO TIEMPO…


Estuve con mi amigo Erone. Era un joven más que yo cuando crecíamos en las tierras sureñas ¡Que tiempos aquellos! Compartíamos casi todo… el tiempo, nuestros sueños; luces y tinieblas. Compartíamos nuestra soledad la que, cuando estábamos juntos, desaparecía. De niños jugábamos por los prados de la plaza de Victoria, corríamos entre los setos y flores que con amor verdadero mantenía Macedonio, el jardinero. Cuantas veces escuchamos sus gritos de fingido enojo cuando nos sorprendía pisando sus cuadros recién sembrados y nos motivaba para arrancar raudos y veloces. Ya lejos del peligro inexistente, tomando forma de guerreros perseguidos, escondidos tras las ramas de un arbusto, veíamos al temido y casi anciano Macedonio, tomar su azadón y rastrillo y emparejar nuevamente el daño que dejamos.

Al centro de esa plaza había una gran pila. Una fuente de que se alimentaba por un surtidor que lanzaba desacompasados chorritos de agua. Dentro de ella nadaban pececitos de colores que se aglomeraban cuando se les lanzaba miguitas de pan. Con Erone se nos  hizo una obsesión el tener uno de ellos y planificamos  el cómo conseguirlo. Yo le sacaría un frasco grande a mi mamá, de esos en que guardaba las mermeladas y conservas; entre ambos, moleríamos una marraqueta para sacar las migas y desde el borde de la pila, con ese sebo, atraeríamos  los peces donde uno de nosotros pudiera tomarlos con la mano. Así lo hicimos. Como no había ningún frasco vacío saqué uno del fondo del estante. Estaba lleno de “potitos” de alcachofas los que nunca me gustaron. Nos juntamos con mi amigo y botamos el contenido en una alcantarilla. Como si fuéramos a cumplir una misión imposible llegamos a nuestro objetivo: la pila. No se veía nadie en las cercanías. En cuclillas, apoyados en el borde, empezamos a lanzar las miguitas de pan al agua.  Los pequeños peces respondieron y comenzaron a acercarse. Nuestra emoción era indescriptible. Allí estaban ya, al alcance de nuestras manos… Una sombra nos cubrió y al levantar la vista vimos con terror que Macedonio el jardinero se había acercado hasta nosotros… traté de ponerme de pie para arrancar… Tropecé, me enredé y solo recuerdo el agua fría que me cubrió al caer en ella. Me sentí cogido por unos brazos fuertes que me levantaron estilando. Se acercó y vi en su rostro, por primera vez una sonrisa…
-          ¿Estás bien? Ya va a pasar el susto… Vamos te voy a dejar a tu casa…

Hoy, después de tantos años, me parece ver al buen amigo jardinero, Macedonio, llevando de una mano a ese niño chorreando de agua y en la otra un frasco conservero vacío…


Lo que sucedió en casa es otra historia.

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