sábado, 6 de diciembre de 2014

Modelando

 Hace tiempo, participamos con mi hijo  menor en una jornada parroquial. Como tarea en uno de los niveles había que moldear una figura en greda siendo el tema libre. Yo creí tener habilidades y pensé que esta era una oportunidad para demostrarlo. Vi que mi hijo, pequeño aún, tomaba su trozo de greda y se instalaba en un rincón del lugar. Me acerqué y le pregunté si deseaba que lo ayudara, pero él me dijo que no era necesario y que ya había decidido lo que iba a hacer. Yo lo observé un instante y al ver su carita sonriente, me despedí con un gesto de cariño.

Me dirigí entonces a un lugar solitario y acomodando mi greda frente a mí me dispuse  trabajar. Pero ¿Qué haría? ¿Qué podía hacer que se destacara de los otros trabajos? Por supuesto que no haría nada común, nada fácil… De pronto desde un vericueto de mi cerebro llegó una idea que podría plasmar y que seguramente estaba a las alturas de mis habilidades. “¡Voy a hacer a Dios!”. Bueno, recapacité, a Dios no ya que su grandeza está fuera de nuestra imaginación humana… Pero sí, ”¡Voy  a hacer a Jesús!”.  Una hermosa figura de Jesús lo que  me exigiría aplicar en ello, todas mis dotes artísticas.

La greda estaba en su punto: dócil, maleable, firme. Se dejaba hacer; pero pronto pude darme cuenta que mis manos eran incapaces de traspasar el semblante bello y varonil que yo imaginaba y deseaba modelar. Hice, hice y deshice muchas veces mi trabajo al constatar que no lograba mi propósito y así el tiempo comenzó a pasar. Cuando llegó el momento que se debía hacer entrega de los trabajos, mi figura no tenía la sublime y espiritual belleza que yo deseaba transmitir. Era tosca, demasiado humana, proyectaba fuerza y no ternura… Estaba desconcertado. Dejé ml trabajo en el mesón entre los otros muchos trabajos y, un tanto amargado, fui en busca de mi hijo.

Cuando lo encontré, él tenía su obra terminada y feliz me dijo: “Papa, ya terminé. Hice lo que siempre está conmigo y creo conocerla mejor. No sé qué me sucedió pero  no me costó nada, creo que Diosito escuchó mi oración cuando al comenzar pedí su ayuda ¿Qué te parece?”

Allí estaba su obra. Realmente admirable… Era una mano, su manito como elevada al cielo, parecía pedir u ofrecer, dar gracias, tratar de alcanzar a un Dios para él cercano. Sonreí con ternura; él, mi pequeño niño había logrado lo que yo no pude realizar. Lo acompañé a dejar su trabajo… “Hijo, lo que hiciste es algo maravilloso…”

Aún, después de tantos años recuerdo este capítulo de la vida y ya puedo reconocer que mi hijo plasmó lo que Dios le ofreció mientras que yo, traté de hacer un Dios, un Cristo a mi manera.

(A Claudio, ayer un gran niño y hoy un hombre grande)


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