viernes, 8 de noviembre de 2013

MARIA NIÑITA...



          Amiguitos míos... Hoy veremos en el tiempo... cuando María, nuestra madre santísima y buena... era una niñita, chiquitita muy parecida a todas las  niñitas.. pero algo diferente. 

              
          La vida en el pueblito de Nazaret era tranquila, lenta y agradable. El trabajo comenzaba para todos cuando el sol se asomaba en el horizonte tras los montes y, también para todos, terminaba cuando éste se escondía. Pero había un día en que desaparecía hasta la más mínima intención de trabajar,  esto, no sólo ocurría en Nazaret sino en todo Israel y en todo lugar que habitara un judío sobre la tierra: El SÁBADO. Ese era el día de Dios. El séptimo día de la Creación, cuando el Creador descansó al terminar su obra. Nadie podía siquiera pensar en trabajar y todo esfuerzo debía dedicarse al Señor. 
 Ana, el día anterior, antes que las sombras comenzaran a alargarse, se preocupaba de dejar los alimentos preparados, las ropas lavadas y suficiente agua en los jarros de greda cocida. Joaquín encerraba las aves de corral y acumulaba pienso suficiente para el viejo burro que, con tanto esfuerzo, había podido adquirir..  

María despertaba muy temprano. Muy pronto comenzaba a molestar a su madre para que la vistiera. Casi no se le entendía todavía lo que trataba de decir; pero Ana ya lo sabía. La niña desde la primera vez que la llevaron a los oficios de la Sinagoga, cada Sábado se inquietaba hasta que partían a cumplir sus deberes con Dios. 

          Ese día fue un día que Ana nunca olvidaría. Como todos los sábados, Ana, en la sinagoga,  debió ubicarse en el lugar destinado a las mujeres. Cargaba a María en sus brazos y luego del ritual, el Lector comenzó a proclamar al Profeta Isaías. Hubo un momento en que Ana sintió que su hija  la abrazaba con fuerza. Pudo oír  su respirar agitado y, al observar su carita, se inquietó ya que de sus ojitos brillantes de deslizaban lágrimas de silencio; de esas lágrimas que afloran sin causa aparente... desde lo más profundo... 

          -¿Qué le pasa a mi Reina...? ¿Qué tiene? ¿Le duele algo? 

          La pequeña María, con su manito indicó a quien leía. Ana prestó atención entonces, era una hermosa lectura pero no pudo explicarse qué es lo que sucedía a su hija... era tan pequeñita aún ¿cómo iba a darse cuenta del sentido que contenía? Sólo  los años futuros podrían darle una respuesta... La voz potente del Lector resonaba entre los muros de piedra, hablaba del Mesías que un día había de llegar...  

          - "Era un hombre lleno de dolor, acostumbrado al sufrimiento... lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta. Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores... Pensamos que  Dios lo había herido, que lo había castigado y humillado. Pero fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salvación... Lo arrancaron de esta tierra, le dieron muerte por los pecados del pueblo. Lo enterraron al lado de malvados  aunque nunca cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca"... (Is. 53 Extracto)  

           Al término del ritual volvieron a su hogar. Extrañamente la pequeña María seguía silenciosa.

           - ¿Qué le pasa a nuestra Estrella? - preguntó Joaquín - ¿No la habrá enfermado la brisa de la mañana? 
           - No, Esposo mío, aunque parezca increíble fueron las palabras del Profeta las que llenaron de tristeza el corazón de nuestra niña. Ya se le pasará. 


           María, abrazada al cuello de su madre cerró sus ojitos brillantes y un suspiro muy suave fue la antesala de su sueño...  

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