Un pobre leñador,
curvado ya por el peso de los años y por el atado de leña que cargaba en su
espalda, caminaba vacilante sintiendo por sí mismo el más cruel de los
desprecios. El dolor, el
cansancio y el calor sofocante fue tanto
que, lanzando al camino la leña que cargaba, se detuvo y se puso a pensar en su amarga vida
y su obscuro destino:
- ¿Que alegrías he
tenido en mi mísero existir? Tras tanta vida, algún placer pude merecer pero
no, poco pan, mucha hambre, cansancio sin descanso. Mis pobres hijos, mi mujer aguardando
y el cobrador, a la espera… Ya no tengo fuerzas para seguir en esta miserable
vida.
Se sentía infeliz,
vencido y acabado. Luego de un silencio sin vislumbrar ni siquiera una esperanza,
gritó lleno rabia y de rencor:
- ¡Muerte! ¡Muerte!
Porqué me evitas… Por qué no vienes a mi y me libras de tanto sufrimiento...
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- "Su merced
me llamó y yo vine, ¿Qué deseas de mí?.
El leñador, temblando
ahora, con la voz en un susurro le contestó casi llorando:
- "Sólo
te llamé para que me ayudes a cargar en mi espalda la leña nuevamente”.
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